La historia de un país se escribe a través de la gente, de sus historias personales, de sus vivencias. Etapas que se van sucediendo con los años y que van marcando tu vida, en la que te acompañan tu familia, amigos y compañeros de profesión. Un círculo que se va estrechando con el paso del tiempo, donde los recuerdos invaden tu memoria, a veces con nostalgia y en otras ocasiones con no tanta; donde uno tiene que seguir luchando por alcanzar sus sueños.
En nuestra historieta más cercana, hay un autor que ha reflejado en los últimos años una parte de nuestra historia colectiva, y parte de su vida más íntima, hablamos de Jaime Martín (1966, Hospitalet). Un autor que ha sabido como nadie reflejar sus vivencias personales, como las de su familia, la música que le rodeaba o la situación política de un país marcado por la dictadura, y la posterior “Transición”. La publicación Las guerras silenciosas, Jamás tendré 20 años y la que cierra esta trilogía, Siempre tendremos 20 años, forman ya una lectura indispensable para comprender a una generación de jóvenes que luchaban por salir adelante frente las adversidades sociales. En un entorno marcado por la pobreza, la drogadicción y la precariedad laboral. La de una España que luchaba por entrar en Europa y la plena democratización.
Siempre tendremos 20 años, comienza con el anuncio de la muerte de Franco, cuando Jaime apenas tenía 9 años. El cual, vivía en un pequeño edificio familiar con sus tías y sus abuelos, con momentos en los que su única válvula de escape se producía cuando iba a casa de su tía Catalina (en realidad solo era una vecina del final de la calle). La casa de su “tía” estaba llena de papel que luego revendía, repleta de revistas y tebeos con los que disfrutaba en su infancia. Mientras, en la calle la gente se manifestaba contra las violaciones a la mujeres, toda una lacra social en esos momentos. Una situación que llevó a su madre y a sus tías a apuntarse al gimnasio de karate para sentirse más seguras.
Continuando con la narración,
vemos tanto a Jaime como a su hermano José María, estudiar en un colegio
religioso, algo que debió suponer un dilema a sus padres, pues ellos eran
militantes del Partido Comunista. No sin reparos del padre, accedió a una
enseñanza en la que no creía, en un momento en el que la escuela pública de su
barrio estaba desbordada. Tras los primeros meses de novato, Martín se fue
ganando la confianza de sus compañeros y del padre Albert con sus dibujos. Realmente
lo que quería ser ya de niño, era ser pintor, una profesión que fue madurando hasta
convertirse finalmente en dibujante.
A lo largo del álbum, seremos testigos de cómo Martín acude a la fiesta del Partido Comunista, y de cómo descubre allí la asistencia de uno de sus profesores. Así como de la noticia del estallido de una bomba en la redacción de la revista El Papus, o del sufrimiento producido por un macarra, de un compañero del colegio. Sin olvidar el concierto de Los Ramones en septiembre de 1980, con apenas 14 años, de nuevo en la fiesta del Partido Comunista. Los años se sucedían y las lecturas continuaban con nuevas revistas, tebeos y grandes autores, entrelazadas con música y grupos heavies como ACDC. Su pandilla conformaba su mundo, y con ellos era capaz de ir a la montaña con tal de experimentar la libertad fuera de casa, y de los tripis de aquella época.
En un mundo que aún tenía por descubrir, ganaba algo de dinero con la venta de casetes grabados, o simplemente se reafirmaba en sus gustos musicales, con la asistencia al concierto de Motörhead en 1981. Sin olvidar la decepción por la entrada de España en la OTAN, y el referéndum que llevó a cabo el gobierno de Felipe González. Pasando por hacer de aficionado de un equipo de fútbol para comprar discos en Andorra, así como de la importancia del descubrimiento de la revista Rambla, con José María Beà, y Marián a la cabeza. Y del punto de inflexión que le supuso la entrada en la revista El Víbora con José María Berenguer al timón. El cual le encargaría su primera historia larga, Sangre de barrio, y que finalizaría con tan solo 22 años. Historia con el que ganaría en 1990 el Premio al autor revelación, en el Salón del Cómic de Barcelona.
No voy a descubrir ahora que Jaime Martín es un gran contador de historias, uno de los mejores. Su forma de narrar, y planificar las viñetas, hace al lector adentrarse inmediatamente en la historia. Sabe en todo momento contar el lado más humano, tierno de la gente, la de su familia y sus amigos, con una naturalidad pasmosa, y eso es algo que está al alcance de muy pocos.
Siempre tendremos 20 años abarca la vida de Martín y de nuestra joven democracia. Una historia que parte desde 1975 hasta la crisis financiera de 2008, en la que se posiciona ideológicamente sin tapujo alguno, para denunciar las injusticias de un sistema que no es lo perfecto que debiera ser. Incluso nos permite entrar en la parte más dura de su vida, con la pérdida de un ser querido, algo que nunca es grato de contar o rememorar públicamente.
Valga esta estupenda edición de Norma Editorial (con lámina incluida del autor), para aseverar que estamos ante uno de los mejores trabajos de este 2020 y de Martín. Puedo decir que Siempre tendremos 20 años, es un firme candidato para la quiniela de los próximos premios del Salón del Cómic de Barcelona de 2021.
Qué más puedo decir, que la historia que me ha encantado (en mi humilde opinión, la mejor de esta trilogía) y que muchos de los lectores de nuestra generación nos veremos reflejados. Siempre es bueno soñar y tener ilusión por conseguir un objetivo, y sin duda Jaime puede estar satisfecho de lo conseguido con este trabajo, el de entretener y el de maravillar al lector.
Siempre tendremos 20 años, de Jaime MartínCartoné, 156 páginas, 23 x30,2 cm, color
PVP: 25 €
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