martes, 16 de noviembre de 2021

En recuerdo a Leopoldo Sánchez

Los años 80 dejaron tras de sí grandes obras publicadas en nuestro país, y entre las más destacadas, hablaría sin duda de Bogey de Antonio Segura y Leopoldo Sánchez. A mediados de esta última década no entendía cómo aún no se había reeditado de forma integral Bogey, para el disfrute de una nueva generación de lectores y otros tantos que lo leímos en parte en las revistas Cimoc y Metropol. Moviendo los hilos sugerí a varios editores que reeditaran esta magnífica obra, mientras que me ponía en contacto con Leopoldo Sánchez (para entonces Antonio Segura ya había fallecido). Enseguida Leopoldo y yo conectamos en la forma de ver las cosas, en reeditar la obra y finalmente Ponent Mon y Amiran Reuveni hicieron el resto, publicando un integral con todas sus historias, revisadas y remasterizadas por el propio Leopoldo. Luego vino una presentación en Expocómic del libro, y unos días felices en los que Leopoldo retomó el pulso al mundo del cómic que había dejado atrás en 1985.

Este punto fue el momento de partida de una gran amistad entre Leopoldo y un servidor. Nuestras llamadas telefónicas se convirtieron en largas conversaciones de lo divino y lo humano, del mundo del cómic, de nuestras preferencias, de los autores que más nos gustaban. Durante este tiempo, siempre le animaba a retomar la profesión de dibujante, y un buen día me sorprendió con varios proyectos, bestiarios y guías de técnicas de dibujo. Le sentía feliz y animado, y con una calidad gráfica insuperable en las muestras que pude ver entre los correos que intercambiamos. Pepe Malone era su gran nuevo proyecto, del que pude ver unas cuantas páginas en su estudio, donde el lápiz y la tinta brillaban más que nunca en aquellos originales. Páginas donde el humor y la ironía se hacían notar, con la brillantez que solo Leo podía darlas, con esa técnica depurada que ya quisieran otros muchos autores que van de estrellas de Rock.  

El pasado sábado 13 de noviembre recibí la triste noticia del fallecimiento de Leopoldo; me quedé roto e impactado. Un hombre todavía joven que había vivido la vida a su manera, libre, sin ataduras en la forma de ver el oficio del noveno arte. Un dibujante y un pintor maravilloso que dio lo mejor de sí, y que siempre se tomó las cosas según venían. Hoy quiero recordar a un gran amigo, al que profesaba un gran cariño. Quiero pensar en la suerte que tuve en compartir unos momentos de su vida, dejando una huella imborrable en mi persona. Su obra y su vida serán siempre recordadas, y como Leo haría en estos casos, celebrémoslo como lo haría su gran amigo Fáster Móyer, al que tanto apreciaba y comprendía.  

¡Brindo por ello!

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